Hace 150 años, en diciembre de 1868 se instaló en Londres el primer semáforo del mundo en el exterior del parlamento británico de Westminster.
Utilizando como referencia las señales de ferrocarril, el ingeniero ferroviario John Peake Knight diseñó el primer semáforo utilizado para controlar el tráfico. Su diseño consistía en dos brazos verticales con dos lámparas de gas. De día, cuando el brazo estaba en posición vertical indicaba “seguir” y cuando estaba en posición horizontal indicaba “parar” y de noche se utilizaban las lámparas de gas con los colores verde para “seguir” y rojo para “parar”, accionadas de forma manual por un policía. Unos meses después de su instalación, una explosión accidental hirió gravemente al policía encargado de su funcionamiento y el semáforo fue retirado.
El aumento de la necesidad de controlar el tráfico debido al incremento del uso de varios tipos de vehículos y la consiguiente congestión en la circulación propició que la idea del semáforo fuera recuperada a principios del siglo XX. La evolución en la instalación de las primeras farolas eléctricas permitió adaptar la invención de J.P. Knight hacia un diseño eléctrico, más seguro. Así, el primer semáforo eléctrico del mundo se instaló en Cleveland, Estados Unidos, en 1914. El primero de Europa se instaló en Berlín, Alemania, sólo 10 años después.
En 1926, la empresa SICE (vinculada por entonces a General Electric, propietaria de la patente de los semáforos), instala por primera vez en España una “farola de señales luminosas para regular la circulación de peatones y vehículos” que ahora llamamos “semáforo”. Ese primer semáforo fue instalado en Madrid, en el cruce de la calle Alcalá con Conde de Peñalver (actual Gran Vía). En aquella época éste era uno de los cruces más complicados de la ciudad, no es casualidad que allí se encontraran los principales concesionarios: Citroën, Fiat, Renault y Chrysler-Seida. Para entonces, el color ámbar ya se había incorporado al diseño del semáforo, advirtiendo al conductor del próximo cambio de color.
Ante el desconocimiento generalizado de los ciudadanos respecto al significado de los colores de los semáforos, se utilizaron los periódicos para comunicar insistentemente el Reglamento de Tráfico y enseñar a los conductores y peatones cuándo y cómo debían cruzar.
Con el tiempo y la llegada de nuevas tecnologías, el semáforo ha ido evolucionando a lo que ahora conocemos como “semáforo inteligente”. Por supuesto, hoy en día la gestión del tráfico se realiza desde un centro de control con un software especializado compuesto de complejos algoritmos, capaz de regular el flujo de vehículos. Pero la centralización no le ha restado relevancia a la propia señal. De hecho, SICE ha realizado ya los primeros ensayos en calle, otorgándole la capacidad de comunicarse con vehículos, vía 5G y de forma inteligente, alertándoles de la presencia de peatones en el cruce o del estado del propio semáforo en el caso de giros ciegos. Ciento cincuenta años después, el semáforo sigue regulando el tráfico de todo el mundo y su uso es universalmente conocido, asegurando que la circulación sea más fluida, cómoda y segura, tanto para conductores como para peatones.